29/10/2014 Ruta de los miradores (Valle de Ricote)
Mirando el cielo sentimos la
necesidad de buscar recrear los sentidos y respirar aire puro, aire de pueblo.
Así que emprendimos el viaje del centro de Archena hacia el Valle del
Segura. Conduciendo por una tranquila ruta y bajo cálido sol hicimos
una parada en un mirador que nos regaló la primera postal del valle. Qué se
puede decir, nada, solamente estar callado y dejar que la mirada vuele como pájaro.
Con un murmullo de bienestar
subimos a los coches y con espíritu liviano entramos en Villanueva
del Segura, nos apeamos y fuimos al mirador justo al lado de una antigua y
derruida conservera, solo se mantiene estoica su chimenea que evoca suspiros de
humo de otra época; Villanueva nos
regaló otra postal de verde y amplio valle
hermanado con el celeste cielo mañanero, caminando nos dirigimos a su iglesia
neoclásica, teniendo como compañeros
urbanísticos el ayuntamiento, la policía, el centro cultural, el infaltable
bar, pero sobre todo el próspero valle del segura. Alegres realizamos una nueva parada en un parador
junto al puente que comunica Villanueva con Ulea. Visto esto pueblo, así, a la
distancia, parece construido en cartonpiedra y pintado en
color pastel, como sabiamente los bautizó Carlos Saura, ¡si el cineasta!,
“se parecen a los pesebres navideños”.
Ahora con los brazos abiertos
sale a recibirnos Ulea, llegamos a
su iglesia donde su campanario ofrece
espléndidas vistas del pueblo rodeado por el trabajado valle, y que
entre cañaverales discurre el Río Segura. Río que con sus crecidas alimenta con
sedimentos la tierra del valle, para dar a luz cultivos y vida silvestre. Nos regala también trozos de historias,
sueños del valle, fiestas populares, postales, anécdotas como La de Antonio Salinas “el hornero”. Aquí, el
cuerpo, además de aire limpio para los sentidos y la emoción, pide un descanso para asimilar lo
sensorialmente vivido, en mi caso respondo a su solicitud sentándome en
silencio bajo el alero del bar dejándome llevar
por las vivencias, y un vaso de vino tinto que acompaño con un plato
generoso de aceitunas folla (aceitunas y pepinillos).
Con este regusto en el paladar a
romero silvestre continuamos el viaje a Ojós,
ahora entre sus laberínticas calles adornadas con macetas que rebosaban de
helechos. Continuamos el viaje siempre acompañados, ahora a la distancia ahora
al alcance de nuestras manos las montañas, albergando en sus entrañas y a la
luz del día su historia: de prósperos asentamientos moriscos. Montañas de
calidad artística por sus formas esculturales,
trabajadas por los artesanos tiempo, viento, y lluvia. Algo interesante
nos corta el paso y es el tradicional “bizcocho borracho”. Hacemos una colecta
para comprar y zampamos los clásicos
dulces borrachos. Ahora con almíbar en el paladar subimos a los coches y ruta
para arriba, nos detenemos a ver mientras escuchamos la leyenda de “El salto de
la novia”, ¿Verdad… fantasía…? que
importa si es hermosa la historia. Con este regusto de amor en el corazón
llegamos a la Azud, represa que ayudada por grande montañas, el estrecho del
Solvente y la sierra del Chinte, retienen el
caminar del río segura, y mientras espera continuar, con sus aguas
construye un espejo líquido para que jueguen con él a lo que más le guste la gente…
Nuevamente en coche, y como un
suspiro, llegamos al centro de Archena para retomar la rutina, pero ahora
sabiendo, que un trozo de paraíso está muy cerca.
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